Porque tú no eres nada, y nunca lo serás.
Cierras la puerta tras de ti, y sientes que la has cerrado para siempre. Y no puedes evitar que esas palabras te golpeen la cabeza. No eres nada. Y lo sabes. ¿Quién eres tú? Nada. ¿Qué es la nada? Nadie. Cierras, también tus ojos, con un cansancio infernal, como si quisieras esconderte dentro de ti misma y gritar mil groserías. Y no los abres, porque adivinas lo que verás a continuación en el espejo. Eres una extraña encerrada en tu propia piel, una extraña que llora. Lágrimas que resbalan por las pestañas con esas palabras grabadas a fuego. La extraña, que se mueve a través de ti, se mira. ¿Y que ve? Nada, porque ya no sabe ni quien es, ni en que se ha convertido.
Poco a poco, te evaporas, encerrada en esa habitación que huele a lágrimas y a olvido.
Porque siempre has sido eso, nada.
Y en nada te quedas.
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